ninguno adivinar podía el misterio de sus años.
Bajo su antifaz blanco, en su rostro sin color,
reinaba la huella del dolor.
Sólo brillaba en su cabeza un gorro,
de color rojo triunfal
como sobre las nieves del polo,
la aurora boreal.
Siempre con una mandolina se sostenía
y sólo la luna llena, detrás, le sonreía.
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